Extrañas amistades: un ejemplo de reconciliación
“No haré caso al llamado de guerra que me pone entre la espada y la pared.
Esta batalla recién ha comenzado, demasiadas pérdidas, pero dime ¿quién ha ganado?
Las trincheras están cavadas en nuestros corazones.
Madres, hijos, hermanos, hermanas separados.”
(De la banda sonora de esta columna: Sunday, bloody Sunday de U2)
Jo Berry se expresaba con calma, con voz suave; se movía confiada por el salón, hablando con todos. Patrick Magee nunca sonrió en el par de horas que estuve cerca de él. Cuando la conferencia terminó, él se hizo a un lado, poco interesado en conversaciones posteriores.
La bomba que Patrick había dejado en la tina de una habitación en el Grand Hotel de Brighton, una pequeña ciudad al sur de Inglaterra, explotó el 12 de octubre de 1984. Eran casi las 3 de la mañana y el hotel alojaba importantes miembros del partido conservador: ese día se realizaba su Convención y el atentado pretendía desaparecer de un tajo la cúpula del Gobierno Británico. El Ejercito Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés) se atribuyó el ataque lamentando que la Primera Ministra, Margaret Thatcher, hubiera salido ilesa: “nosotros necesitaremos tener suerte una vez, usted la necesitará por el resto de su vida.” Ese día, sin embargo, sería el último para 5 personas.
Patrick fue condenado a ocho cadenas perpetuas debido a su directa participación en la bomba. El juez lo describiría como “un hombre de una crueldad excepcional e inhumano” que debía estar detenido, por lo menos, 35 años de su vida. Pero no fue así, Patrick fue dejado en libertad habiendo pasado 14 en prisión, gracias a los acuerdos de paz del Viernes Santo de 1999. Su liberación provocó gran rechazo entre los británicos y el entonces Primer Ministro, Tony Blair, calificó el hecho como lo “más desagradable y difícil de aceptar del proceso de paz”.
La opinión de Jo Berry era otra. Desde el momento en que supo que su padre, Sir Anthony Berry, miembro del parlamento británico, había muerto víctima de la bomba, ella se había empeñado en conocer al asesino y escuchar de su boca las razones que le habían motivado a volar el Grand Hotel. Durante el tiempo que Patrick estuvo detenido, Jo había intentado visitarlo, pero unas veces ella misma canceló el encuentro, otras lo hizo él: para ninguno de los dos había llegado el momento. Tan sólo pasaron unos días después de ser puesto en libertad para que Patrick entendiera que era tiempo de ver a Jo. Cuando él tocó su puerta, Jo le permitió entrar a su casa y en silencio le escuchó por casi dos horas, hasta que él, rendido por su silencio, también calló, cesando el discurso de justificaciones políticas y entonces empezaron un diálogo que han sostenido por casi 13 años.
Este diálogo les ha enseñado a cuidar cada palabra que usan y también a escucharse con atención. Es a través del diálogo que los dos han aprendido a entender a la persona que es el otro, a ponerse en su situación, a sentir su dolor y entender sus necesidades: han aprendido a construir puentes que los unan y a tumbar los muros que los separan. Jo admite que Patrick tenía sus razones para hacer lo que hizo y él reconoce que Sir Anthony Berry, a quien tan sólo conoce por las historias que Jo le ha contado, fue un hombre al que le hubiera gustado conocer. Es claro que sus diferencias son profundas: Patrick dice no ser un pacifista y admite que estando en las mismas circunstancias volvería a poner la bomba. Si bien a Jo le molesta cada vez que él lo menciona, ella ha logrado ir más allá del perdón: porque éste no es suficiente cuando la rabia y el dolor aparecen de nuevo. Entonces, hace un esfuerzo por comprender a ese ser humano que está sentado a su lado y sigue adelante sembrando la semilla, construyendo puentes.
Alguien les pregunta qué ha ganado cada uno de esta relación. Jo responde que ha restaurado su propia humanidad porque está en paz. Su dolor lo transforma cada día y se convierte en la pasión para transmitir este mensaje de reconciliación. Patrick admite no entender qué significa el perdón pero dice que aprendió que es posible entender al otro a través del diálogo y que tal vez distinta sería su historia de haber sido escuchado antes de verse envuelto en la lucha política que en últimas lo llevó a poner la bomba. .
A Jo le han acusado de traicionar a su padre, extraño como es que el asesino de tu padre se convierta en tu amigo, normal sería tener sentimientos negativos hacía él. Para ella, esa es una forma anticuada de pensar y sueña con el día en que nuestros nietos contarán la historia del tiempo en que la gente usaba armas, bombas y drones para resolver sus conflictos. Para Jo, deberíamos parar de usar la violencia hasta que seamos capaces de encontrar otra forma de resolver nuestros conflictos. Ellos no buscan volverse predicadores de la no-violencia, aunque si quisieran que su ejemplo nos haga reflexionar sobre la importancia del diálogo: es la semilla que buscan sembrar. Su objetivo se podría resumir con una idea simple: es importante “re-humanizarnos”, ser capaces de ponernos en los zapatos del otro, entender sus propias circunstancias.
Jo y Patrick han dado más de 100 conferencias juntos transmitiendo esté mensaje de reconciliación que con tanta urgencia necesitamos en Colombia. Cuando les sugerí la idea de visitar nuestro país, los dos se mostraron complacidos y dispuestos. Esta columna es mi primer aporte en el proceso de llevar su mensaje a Colombia, por lo que termino con estas palabras de Gonzalo Arango:
“Una mano más una mano no son dos manos, son manos unidas.Une tu mano a nuestras manos para que el mundo no esté en pocas manos, sino en todas las manos.”
Bienvenidas sean todas las ideas que hagan posible que este par de seres humanos lleven su mensaje a nuestro país.
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